CAPÍTULO I
Los ruidos se hicieron cada vez más fuertes. Envolvían el espacio con pequeñas vibraciones, cada vez más perceptibles, sin procedencia alguna. Era una noche tranquila, ya entrada la madrugada, sin personas o autos en la calle. La oscuridad, intensa, debería haber invitado a disfrutar de un sueño reparador pero aquellos sonidos lo despertaron. Atreuh despertó con un leve sobresalto, sus ojos miraron al rededor, mas no veía absolutamente nada. Su mente comenzó a tratar de identificar de dónde provenían aquellos extraños sonidos. Su corazón comenzó a latir con más rapidez. Al principio creyó que se trataba del viejo refrigerador en la cocina, sin embargo, la cocina se encontraba en la planta baja de la casa. Se dio cuenta de que nunca había puesto atención en escuchar algo de la cocina desde su habitación, en especial, si la puerta de su alcoba al pasillo estaba cerrada.
Atreuh vivía solo, en una pequeña casa que había heredado de sus padres, algunos años atrás. Había pasado gran parte de su tiempo en la investigación de la tragedia que, aquel día de octubre de aquel fatídico año, le había dejado huérfano; hijo único de un genio informático y una madre ejemplar, dedicada a la enseñanza en una escuela cercana. La casa había sido adquirida con gran esfuerzo de sus padres, en un lugar alejado de la capital, en los suburbios de un pequeño pueblo a una hora y media de distancia. Se encontraba dentro de un conjunto de casas rodeadas por una barda que las protegía de vendedores, agentes de seguros, miembros de religiones banales profesando su ideología, vándalos y la gente del exterior. La entrada al conjunto estaba protegida por un grupo especializado en seguridad y protección.
— ¿Qué demonios?—, pensó.
Intentó identificar qué podría producir un sonido tan particular. Podría tratarse de un torno, una máquina herramienta con motor eléctrico; un taladro, tal vez. Podría haberse descompuesto el refrigerador, quizá. No estaba tan convencido. Sólo habían pasado algunos instantes y ya el ruido era más notable. Tenía que averiguar de dónde provenía, su naturaleza o qué lo generaba. Se incorporó pero vaciló uno momento en bajar los pies al suelo. Corrió las sábanas y encendió la lámpara de su buró. Apenas eran las 2:30 de la mañana, miró en el antiguo reloj despertador.
— Qué frío. Esto no es normal—, sintió al colocarse las pantuflas.
Deja una respuesta